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sábado, 1 de noviembre de 2008

EL DAIMON EN EL HERMETISMO

En el caso de Hermes, existe una evolución semejante.Es uno de los pocos nombres con una clara etimología; significa “el del montón de piedras”. En Grecia existen diversos ejemplos del culto de la piedra. En la piedra había un dáimôn; por eso se la ungía, se la envolvía en taeniae sagradas y era objeto de culto. El famoso omphalós de Delfos es una piedra de ese tipo; lo mismo ocurre con el pilar que era emplazado frente a la casa y que la protegía. Apolo se apoderó de ambos y dio su nombre al último, Apolo Agieo. Una gran piedra se levantaba sobre la cima del túmulo sepulcral, que a menudo estaba formada por otras más pequeñas. Era una costumbre muy difundida que todo el que pasara junto a uno de esos montones de piedras agregara a él la suya. En un país sin caminos, esas piedras podían constituir mojones, y es probable que en su origen no todos fuesen túmulos. En ese montón y en la gran piedra vivía un dáimôn. Como el conjunto constituía un mojón, ese dáimôn se convirtió en guía y protector del viajero; como era también el túmulo de una sepultura, resultó además guía de almas, mostrándoles el camino hacia su reino; y como apareció en Arcadia, tierra de pastoreo, promovió el aumento de las majadas y fue el patrono de los pastores. Las funciones del dáimôn se concentran, entonces, alrededor del mojón y la gran piedra. Su imagen, el herma, no era sino una gran piedra erguida sobre un montón de ellas; desde un comienzo, esa piedra fue la morada del dáimôn; después se la consideró como su imagen y se le adjudicó una cabeza humana. No llegó a ser totalmente antropomórfica, pero siguió protegiendo los caminos y las calles y se la colocó sobre las sepulturas. El conocimiento general y popular sobre un tópico de Hermes Trismegisto es una fuente de las dos para concepciones paganas y cristianas de demonios, pues en el Corpus Hermeticum, funcionaron como los porteros de las esferas a través de las cuales las almas pasan de un camino a otro hasta llegar al cielo más alto, el Empíreo. El sacramento del Santo Gall, de la Alta Edad Media, da testimonio de la continuidad de esta creencia de dáimones en la oración existente más vieja para ungir al moribundo:
“Le unjo con aceite santificado que a manera de un guerrero preparándose para la batalla se unge minuciosamente usted podrá prevalecer sobre las hordas aéreas".

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